NUESTRA FE

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La Biblia es la Palabra de Dios inspirada, que da la historia verdadera sobre la creación de los cielos y la tierra, además de todo el género humano. Contiene también una profecía correcta respecto a las edades futuras en lo que concierne a los cielos y a la tierra y el destino del hombre. Fuera de lo que está contenido en sus páginas no se puede encontrar salvación.

Existe un solo Dios verdadero (Deuteronomio 6:4). Él es creador de los cielos y la tierra y de todo ser viviente. Este Dios es conocido como el omnisciente, omnipotente y omnipresente.

Dios es Espíritu (Juan 4:24). Es el Eterno, el Creador de todas las cosas, y el Padre de cada ser humano por la creación. El es el primero y el postrero, y fuera de él no hay Dios (Isaías 44:6).

Jesús es el hijo de Dios según la carne (Romanos 1:3), y el mismo Dios según el Espíritu (Mateo 1:23). Jesús es el Cristo (Mateo 16:16); el Creador de todas las cosas (Colosenses 1:16-17); Dios con nosotros (Mateo 1:23); el Verbo hecho carne (Juan 1:1-14); Dios manifestado en carne (I Timoteo 3:16); el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso (Apocalipsis 1:8); Dios fuerte, Padre eterno y Príncipe de paz (Isaias 9:6). De esto dio testimonio Cristo mismo cuando dijo: «El que me ha visto a mí, ha visto el Padre» (Juan 14:7-11); y «Yo y el Padre uno somos» (Juan 10:30). Para el perdón de los pecados del mundo era necesario el derramamiento de sangre (Hebreos 9:22). Dios en calidad de Padre.

Siendo Espíritu no tenia sangre que pudiera derramar y por lo mismo preparó El un cuerpo de carne y sangre (Hebreos 10:5) y vino al mundo como hombre con el fin de cumplir la profecía de Isaías 43:11 que dice: «Fuera de mí no hay quien salve.» Cuando él vino en carne causó gozo a los ángeles, los cuales cantaron; «Qué os ha nacido hoy en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor» (Lucas 2:11).

El Espíritu Santo el que viene a morar en el corazón y vida de cada persona que cree y obedece el evangelio. El viene en calidad de Consolador, Sustentador, y Guardador (Juan 14:16-26; Romanos 8:9-11).

El pecado es la transgresión de la ley o mandamientos de Dios (I Juan3:4), la culpa del cual ha caído sobre todos los hombres desde Adán hasta estos tiempos. La paga del pecado es muerte eterna (Romanos
6:23; Apocalipsis 20:14) a todos aquellos que rehúsan aceptar la salvación que Cristo ofrece.

La Salvación consiste en la libertad que se obtiene de todo pecado e injusticia por la sangre de Cristo y es por gracia a través de la fe en Jesucristo.El plan de salvación del Nuevo Testamento consiste del arrepentimiento, el bautismo en agua en el nombre de Jesúcristo para el perdón de pecados y la recepción del Espíritu Santo. A todo esto debe agregarse la continuidad de una vida santa delante de Dios. (Hechos 2:36-41).

El bautismo es un elemento esencial de la salvación en el Nuevo Testamento, y no sólo un rito simbólico. El bautismo, no es por lo tanto, un mero requisito para ser miembro de alguna congregación local, sino uno de los requisitos del plan de salvación (Juan 3:5; Gálatas 3:27).

El bautismo debe ser en agua y es necesario que sea administrado por inmersión. Pablo dijo: «Porque somos sepultados juntamente con él (el Señor Jesucristo) para muerte por el bautismo» (Romanos 6:4; Colosenses 2:12). Cristo «subió del agua» (Marcos 1:10) y Felipe y el eunuco descendieron al agua y subieron del agua.

(Hechos 8:38-39). La muerte, sepultura y resurrección de nuestro Señor Jesucristo son aplicadas a nuestra vida en la experiencia de la salvación del Nuevo Testamento. «Arrepentíos (sed muertos al pecado), y bautícese (sea sepultados o sumergido) cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo» (resurrección).

(Hechos 2:38; Romanos 6:1-7, 8:2). El bautismo por aspersión o derramamiento o el bautismo a los infantes en cualquier manera que se administre es cosa que no tiene fundamento bíblico, ya que tales prácticas son tradiciones del hombre.

Es el poder sobrenatural de Dios, que viene a llenar la vida de los creyentes, dándoles autoridad y fuerza para testificar de sus grandezas. La primera vez que se derramó el Espíritu Santo fue el día de Pentecostés, sobre el pueblo judío (Hechos 2:1-4).

Después se derramó sobre los samaritanos (Hechos 8:17) y finalmente sobre los gentiles (Hechos 10:44-46; 19:6).

«Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare» (Hechos 2:39).


Es un don espiritual dado por Dios al creyente para comunicación principalmente y para edificación a través de esta habilidad espiritual. El don de diversos géneros de lenguas que se menciona por Pablo en I Corintios 12:1-10, y en relación con el cual da el reglamento estipulado en I Corintios 14:1-40, es dado para edificación personal (I Corintios
14:4) y para edificación general de toda la Iglesia (I Corintios 14:27-28).


En la Iglesia el don de lenguas es usado para dar un mensaje público, y debe ser interpretado.

En la operación de este don se pueden cometer errores si no se tiene cuidado y por eso se necesita reglamentación apropiada (I Corintios 14:23-28).

No todos los creyentes tienen el don de lengua, porque es distinto en función de las lenguas dadas por Dios como prueba o testigo del bautismo del Espíritu Santo.

Pablo dijo: «No impidáis el hablar en lenguas» (I Corintios 14:39), y declaró también: «Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros» (I Corintios 14:18). ¿Quién puede atreverse a enseñar o predicar lo contrario?

Después de ser salvos del pecado se nos ordena: «Vete, y no peques más» (Juan 8:11).

También se nos dice que vivamos, sobria, justa y piadosamente (Tito2:12) y se hace la advertencia de que SIN SANTIDAD NADIE VERA AL SEÑOR. (Hebreos 12:14). Debemos presentarnos en santidad delante del Señor (Romanos 12:1) limpiándose de toda inmundicia de carne y de Espíritu y separándolos de toda mundanalidad (Santiago 4:4).

«Y si el justo con dificultad se salva. ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador?» (I Pedro 4:18).

Nadie puede vivir santamente por su propio poder, solamente por medio del Espíritu Santo.

«Pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo» (Hechos 1:8).

Dios se ha manifestado el género humano a través de las edades por medio de sanidades milagrosas y ha provisto especialmente en esta era de gracia la manera de sanar a todos los que vengan a Él con fe y obediencia.

La sanidad divina fue obtenida para nosotros por medio de la sangre de Jesucristo, especialmente por las llagas de él (Isaías 53:2; Mateo 8:16-17; I Pedro 2:24).

Jesucristo fue por todas partes sanando a todos los enfermos (Mateo 4:24-26) y él ordenó a sus discípulos que hicieran lo mismo (Mateo 10:8).

Sobre los que creen el evangelio dijo: «Sobre los enfermos pondrán las manos y sanarán» (Marcos 16:18). Sanidades notables y milagros fueron manifiestos en dondequiera que los discípulos predicaron el evangelio.


No hay ninguna enfermedad o malestar que presente dificultades para Dios. Todos nosotros, nuestros niños y nuestros amigos pueden ser sanados por el poder de Dios, en el nombre de Jesucristo.


«¿Está algúno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. Confesaos nuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros, para que seáis sanados» (Santiago 5:14-16).

Jesucristo vendrá a este mundo otra vez en forma corporal así como se fue (Hechos 1:11).

Llevará consigo a un pueblo santo (Su Esposa, la Iglesia) los cuales han aceptado redención por su sangre, mediante el nacimiento del agua y del Espíritu, y se hallan fieles cuando él venga.

«Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero.

Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor» (I Tesalonicenses 4:16, 17).


«El uno será tomado, y el otro dejado» (Lucas 17:36). ¿Estaremos listos?
Las señales de su venida se manifiestan por todas partes. Los días de prueba ya están aquí y se manifiestan de diversas maneras: con apariencia de piedad, sin poder de dios, con corrupción política y social.


Los corazones de los hombres están llenos de orgullo, blasfemia, pecado y la maldad y los placeres se les tiene en gran estima. (II Timoteo 3:1-13).


Estas cosas, unidas a las multitudes que incesantemente van de un lado a otro, el acrecentamiento de los conocimientos humanos (Daniel 12:4), y la persecución del pueblo judío juntamente con su retorno a Palestina (Lucas 21:24), además de veintenas de otras cosas que pudieran citarse como ejemplos, son señales asombrosas de que Cristo viene pronto.

Guerras y rumores de guerras, hambres, temblores, huracanes, inundaciones, desesperación y perplejidad de las naciones, hombres con corazones desfallecientes a causa del temor, todo esto, es una solemne alarma indicativa de que Cristo está a las puertas (Mateo 24:6; Lucas
21:25-28).

«Prepárate para venir al encuentro de tu Dios» (Amós 4:12).

Habrá una resurrección de todos los muertos, justos e injustos.
«No os maravilleis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; mas lo que hicieron lo malo a resurrección de condenación» (Juan 5:28, 29).


«Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios… Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos…» (Apocalipsis 20:12, 13).

Léase en conexión con esto: Daniel 12:2 y I Corintios 15:13-23.

«Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27).

Por la razón que antes se establece habrá una resurrección para todos.

“Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo sea bueno o sea malo» (II Corintios 5:10).

El destino eterno de cada alma será determinado por un Dios justo que conoce los secretos de los corazones de los hombres.

«Y serán reunidas delante de Él todas las naciones y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.

Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.

Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles… Ellos irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna» (Mateo 25:32-34, 41, 46).

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